6 jun 2021

Nueva York.

Nueva York es una distopía en la que los coches regulan el tráfico a los semáforos y los edificios transitan entre las personas. Es como el libro de arena de Borges, que jamás muestra la misma página dos veces. Da igual cuándo vayas, la ciudad siempre es otra que te escupe y te devora. O al revés. Es inabarcable y tremenda, y parece que se repite, pero es mentira. De una calle a otra cambia de planeta y hasta de siglo. Es un universo paralelo construido sobre los restos de un damero hipodámico vertical. Un lugar donde la decadencia bebe Dry Martinis sola acodada en la barra de cualquier bar. La melancolía estética que destila contrasta con el perpetuo estado presente de su inagotable vida. Allí, el alba y el ocaso se confunden entre sí. Los días avanzan como un tiovivo de saldo que no puede parar de girar. Que no quiere dejar de rotar. En Nueva York no existe el futuro. Sólo cabe un ahora que se acaba de esfumar. El momento desaparece, se evapora por largas chimeneas naranjas que le dan el toque acre a la ciudad. El tiempo, que no es siquiera una forma de medida, trepa por escaleras de incendios huyendo despavorido hacia las llamas que habitan minúsculos espacios. Si la ciudad ardiera, ya nadie tocaría el arpa. Si se hundiera, la orquesta llevaría años durmiendo con los peces. Allí se va a soñar con otra vida paralela, aquella que nunca sucedió. En Nueva York es imposible no querer ser. Al llegar, ya nada queda en ella de uno mismo. Manhattan desafía la lógica espacial y redefine la duración del tiempo. En la Quinta, un segundo dura bastante menos que en París. Caminar por Park Avenue, sin ser Don Draper, es saltar en caída libre y esperar aterrizar de bruces en la cama. Algún día, dentro de siglos, Nueva York será nuestra Roma. Alguien tratará de descifrar el Empire State como si fuera la columna de Trajano y descubrirá que fuimos la nada. Hasta entonces, la ciudad seguirá encendida, alumbrando el camino de almas que vagan entre dos orillas sin saber que en Central Park apenas quedan patos. Ni sueños. 

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