20 ene 2020

Los últimos románticos.

Hace unos meses ya (al principio de empezar a escribir esto decía anoche, después hace unos días), estaba sentado en mi butaca del Ryman Auditorium esperando a que Ray LaMontagne saliera al escenario para dar un recital cuando me sucedió algo curioso. A mi lado había sentada una pareja, más o menos de mi edadél de Kansas City, ella de Suecia, en un claro homenaje improvisado a José Luis López Vázquezque me pidió que les sacara una foto. Lo normal, vamos, si no fuera porque en lugar de darme un teléfono último modelo con megapíxeles por doquier y una pantalla cuyo tamaño podía medirse en campos de fútbol, me dieron un artilugio de esos de los de antaño: una cámara desechable de aquellas de cartón de usar y tirar de toda la vida.

“This is very old school, man, I love it” le dije mientras se la devolvía. “You know? It’s more fun when you develop it and get to see the pictures” me respondió. Y entre que empezaba el concierto y no, me dio por pensar que quizás con esto de la instantaneidad, la tecnología, y la obsesión por sacar la foto perfecta y retocarla con cuarenta y siete filtrossi hacen falta tantos filtros igual no es tan perfecta, me dije—igual habíamos perdido no sólo la naturalidad, sino también la cabeza.

Y me pregunté si con esto de la inmediatez no habremos eliminado de nuestro repertorio de sensaciones ese algo indescriptible que tenía llevar el carrete a revelar y descubrir una mueca inoportuna en una foto irrepetible, ese mirar el satinado y descubrirnos como realmente somos y no tanto como nos gustaría vernos.

Es posible que hayamos ganado en nitidez y en colorido, sí, pero a cambio hemos sacrificado espontaneidad. Aquellas cámaras antediluvianas, cuyas fotos parecían momentos atrapados al vuelo, eran bastante más honestas con nosotros que la mejor de las lentes de cualquier Smartphone hoy en día. Si el encuadre estaba mal, si salía movida, si salíamos con los ojos cerrados, en realidad aquellos no eran sino exactos reflejos de lo que verdaderamente somos. Ahora ya nadie conserva esas sinceras instantáneas. Al contrario, cada foto que no alcanza los estándares mínimos perseguidos es inmediatamente desechada. Vanos intentos de engañar al espejo desterrando nuestras propias imperfecciones. Como si lo que no se ve no estuviera.

Aquellas cámaras, al contrario que las de los móviles, al ser limitadas nos obligaban a ser mucho más selectivos con aquellos momentos que son dignos de recordar y cuáles no. Y a mí, que soy un ser profundamente melancólico, por un instante, mientras atinaba a mirar por el ínfimo visor, me pareció estar viendo a los últimos románticos.

3 comentarios:

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  2. Joder, lo borré por timidez, pero mereces saber que la nostalgia y la honestidad en tu texto conmueven. Y que la gramola en mi cabeza se fue en bucle con Shelter. Gracias por la belleza.

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  3. La comunicación abierta y honesta en la pareja es esencial para mantener una vida sexual saludable y satisfactoria. Escuchar, expresar deseos y preocupaciones, y estar en sintonía emocionalmente fortalece la intimidad.

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