A
2020 le pido que me traiga, sin más. A este lado a ser posible. Con los
exámenes hechos, la propuesta aprobada y la tesis empezada. Sin la casa a
cuestas y nada en la mochila. Viajar ligero de dudas y seguir siendo tan feliz
como hasta ahora. Le pido que me enseñe, por fin, a decir no. A renunciar a
todo aquello que no quiero sin buscar explicaciones delirantes, sin tener que inventar
superproducciones de Hollywood ni derramar lágrimas forzadas. Que me ayude, en
definitiva, a ser algo más honesto. Con el resto, pero también conmigo. Que me
enseñe a no andar por los tejados como un gato sin dueño, que diría Sabina. A sonreír
un poco más por todo, tenga o no motivo. A renegar de falsos profetas y milagros
de todo a cien.
Al
año que se va, que además es de los mejores que recuerdo, le doy las gracias
por la catarsis. Le deseo buena suerte y hasta luego. Al que viene le pido mujeres
(una en concreto, más bien) de pelo largo que se ponga(n) mis camisas y a la(s) que
hacer el desayuno después de noches interminables. Le pido más gintónics
leyendo en el Sotelo a media tarde y pisar a menudo la Plaza de los Luceros. Pasar
por el Manero. Volver a la “millor terreta del món” aunque sea de visita. Regresar
a Barcelona a reescribir la historia. Volver a Roma. Y a Florencia. Pasar
tiempo en Cádiz. Ver una ópera en el Metropolitan y otra en Viena, y una más en
el Real. Seguir encontrando libros de esos que te reconcilian con la vida
cuando menos te lo esperas. Continuar conociendo gente, aunque sea de forma
cibernética, que me devuelva la capacidad de creer. Aumentar mi colección de
primeras ediciones. Empezar a escribir una columnita en algún sitio. Sentirme
un poco escritor de vez en cuando. Acabar de montar “La tentativa inidónea del
olvido” y comenzar por fin esa novela que lleva siglos aparcada en el cajón.
Le
pido, porque es gratis, un trabajo que merezca la pena a este lado del Atlántico.
Y un montón de charlas inebriadas de esas de arreglar el mundo pegado a la
barra del bar, que no sólo de literatura vive el hombre. Le pido poder seguir
pensando eso de “Y fuimos felices un ratito” tan a menudo como lo he hecho
hasta ahora. Seguir dándole la vuelta a la tortilla, literalmente, y comérmela
siempre bien acompañado. Brindar mucho por los éxitos, los propios y los ajenos,
y saber encajar con cintura los fracasos, que también los habrá. Le ruego además
salud para poder continuar quemando esos brindis a golpe de pedal—valga la redundancia—al
día siguiente, que no todo va a ser celebrar en esta vida, oiga; también habrá
que sufrir de vez en cuando escalando el Tourmalet—o lo que sea.
Al
año que viene, más cercano ya que el que dejamos, le pido, sobre todo, seguir
encontrando motivos para ser mejor persona. Razones para seguir escribiendo
estos montones de papeles y contarle al mundo que una vez más, en algún momento
no muy lejano, volvió de nuevo a sonar el Claro de luna de Debussy en mi
cabeza.
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