9 jun 2016

Pero no puedo.

Puedo darte conversación en tus noches de insomnio.  Puedo invitarte a un concierto de Sabina sin tener si quiera entradas. Puedo llevarte a conocer el Monasterio, tomar algunos vinos en Croché, y un gintónic en El Horizontal. Puedo besarte por primera vez en la mesa que da a la ventana en el Only you de la calle Barquillo. Puedo comprarme unos zapatos para ir contigo a la ópera al Real y no desentonar. Amenazarte con ir a visitarte a Barcelona esas mismas navidades, y acabar plantándome en la estación de Sants la mañana de un 27 de diciembre. Puedo recorrer contigo la ciudad en bicicleta pese a no saber girar el manillar, comer arroz en el puerto, cenar sushi en la cama, croissants por las calles. Puedo hacer contigo un brunch y ver Gilda mientras me preguntas si estoy bien. Y despedirme de ti sin saber si volvería a verte más. 

Puedo pasarme días confeccionando a mano el Manual de instrucciones para no olvidar. Puedo mandarte una carta a la semana con una foto nuestra de ese viaje durante cuatro meses para que no te olvides de mí. Puedo llevarte a Ibiza a celebrar tu cumpleaños y ser yo quien se sienta regalado. Puedo regresar todo un verano a España mientras estoy fuera, y pasar gran parte de él contigo por el norte, dormir en un hotel de mala muerte para no dejarte sola y desquitarme con aquella habitación mágica del Silken. Puedo ir contigo a Comillas y hacer mil bromas de Primos. Puedo decirte que te prequiero yo también. Puedo ir y venir de Vitoria, esperarte en casa a que regreses de la presa en que trabajas. Puedo despedirme de ti en el aeropuerto un 12 de agosto, y regresar un 9 de diciembre después de pasar 60 días escribiendo cada noche para ti. Puedo pedirte que me esperes, aunque no tenga derecho a que lo hagas.

Puedo enviarte flores, regalos, y casi intentar presentarme por sorpresa en el Makkila cuando aún piensas que estoy en iuesei. Puedo ir contigo a la piscina sin ahogarme, salir a correr aunque nos cueste. Puedo ser capaz de no decirte cuál es mi regalo de Reyes aunque me estés preguntando todo el día. Puedo recogerte en la estación, llevarte un libro de Audrey Hepburn en el aniversario de su muerte. Puedo llevarte a Córdoba conmigo, presentarte a mis amigos al tercer día de haberte conocido, enseñarte los mejores perritos calientes de Madrid. Puedo presentarme en Cádiz apenas sin hotel y sin maleta, recorrer 1.400 kilómetros en 3 días porque merece la pena verte. Puedo soportar que me hagas cosquillas.

Puedo regresar a España a buscar trabajo de abogado porque quiero estar contigo. Puedo sacrificar la oportunidad de vivir en otro sitio, en mejores condiciones, sólo porque tú estás aquí. Puedo luchar contra la incertidumbre, sobreponerme a ella, ser optimista incluso cuando sé que las circunstancias no acompañan para nada. Puedo cuidar de ti cuando me necesitas, escucharte cuando nadie más lo hace. Puedo regalarte mi iPhone para que puedas verme por Facetime mientras estamos lejos. Puedo levantarme antes que tú e ir a comprarte croissants. Puedo llevarte el desayuno a la cama. Puedo prepararte los mejores vermús. Puedo "cometer todo delito que este amor exija, quieta ahí tus labios o la vida".

Y sin embargo, ya ves, después de hacer todo esto, de dejarme los cuernos un año y medio luchando por la persona con quien habría querido compartir mi vida, no he podido conseguir que sigas enamorada de mí. Que era el objetivo principal de hacer todo lo demás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario