Hay algunas personas por las que
la vida simplemente pasa sin que ellas hagan el más mínimo esfuerzo por
vivirla. Han venido a ser espectadoras del partido, pero en ningún momento se
plantean jugarlo, y ni mucho menos tirar el tiro libre decisivo. Tienen una
vida fácil, porque no arriesgan. No sienten, ni para bien ni para mal. No
conocen las mieles de la victoria ni los sinsabores del fracaso. No saben qué
significa la palabra plenitud porque su existencia está incompleta por
definición. No tienen cicatrices ni historias que contar, noches de las que
arrepentirse o mañanas que olvidar. Son, al fin y al cabo, como esas vacas que
pacen tranquilas en un prado cercano a las vías, cuya única función consiste en
ver el tren pasar, sin imaginar si quiera cuáles serán las historias cuyos
pasajeros atesoran para sí.
Al mismo tiempo, existen otro
tipo de personas que han interpretado que para obtener resultados es necesario
hacer sacrificios. Que saben lo que es una balanza porque alguna vez han
necesitado de sus platos para valorar a qué dan más importancia; aunque el
brazo de repente se rompa y tire por la borda cualquier atisbo de decisión
balanceada. Al contrario que las primeras, éstas van montadas dentro de ese
tren que las vacas observan impertérritas, apostando a todo o nada en una
partida de póker que se juega en el último vagón. Suelen ser valientes y
determinadas, curiosas y atractivas, y tienen una característica fundamental:
se resisten a conformarse con lo que, a priori, la vida les depara. Encajan
bajo ese aforismo tan cierto de “la suerte se busca (señor Tudesky)”, y siempre
tratan de convertir las amenazas en oportunidades.
La cuestión, al fin y al cabo, no
es otra que saber si quieres ser la vaca que mira el tren, o el viajero que
apuesta a todo o nada en el último vagón. Tú decides: o vaca o tahúr.
No hay comentarios:
Publicar un comentario