14 jun 2016

Sobre vacas y tahúres.

Hay algunas personas por las que la vida simplemente pasa sin que ellas hagan el más mínimo esfuerzo por vivirla. Han venido a ser espectadoras del partido, pero en ningún momento se plantean jugarlo, y ni mucho menos tirar el tiro libre decisivo. Tienen una vida fácil, porque no arriesgan. No sienten, ni para bien ni para mal. No conocen las mieles de la victoria ni los sinsabores del fracaso. No saben qué significa la palabra plenitud porque su existencia está incompleta por definición. No tienen cicatrices ni historias que contar, noches de las que arrepentirse o mañanas que olvidar. Son, al fin y al cabo, como esas vacas que pacen tranquilas en un prado cercano a las vías, cuya única función consiste en ver el tren pasar, sin imaginar si quiera cuáles serán las historias cuyos pasajeros atesoran para sí.

Al mismo tiempo, existen otro tipo de personas que han interpretado que para obtener resultados es necesario hacer sacrificios. Que saben lo que es una balanza porque alguna vez han necesitado de sus platos para valorar a qué dan más importancia; aunque el brazo de repente se rompa y tire por la borda cualquier atisbo de decisión balanceada. Al contrario que las primeras, éstas van montadas dentro de ese tren que las vacas observan impertérritas, apostando a todo o nada en una partida de póker que se juega en el último vagón. Suelen ser valientes y determinadas, curiosas y atractivas, y tienen una característica fundamental: se resisten a conformarse con lo que, a priori, la vida les depara. Encajan bajo ese aforismo tan cierto de “la suerte se busca (señor Tudesky)”, y siempre tratan de convertir las amenazas en oportunidades.


La cuestión, al fin y al cabo, no es otra que saber si quieres ser la vaca que mira el tren, o el viajero que apuesta a todo o nada en el último vagón. Tú decides: o vaca o tahúr. 

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