28 sept 2014

Palabras para un domingo sin sol.



Echo de menos la precisión de las palabras. El saber lo que implican las preguntas cuando salen de unos labios objeto de deseo. Poder dar respuestas elocuentes y arrancar sonrisas a personas ingeniosas. Que me entiendan cuando pinto diferencias a través de un lenguaje que conozco suficientemente bien, como para poder jugar con él. Echo de más la incertidumbre de no saber si aquello que digo con buena intención, se malinterpretará porque no lo diga bien. Que a veces pasa. Y aburre.

Echo de menos lo oportuno de un silencio –aunque no siempre sea cómodo- cuando me veo acorralado por un significado que no alcanza en mi cabeza, al significante de quien lo significa con su voz. Un diccionario mental y automático que traduzca las palabras que escapan de mi repertorio. Echo de más el tambaleo que me asalta cuando no soy capaz de transformar un pensamiento en esa frase que de sobra sé funcionaria si me cambiaran el idioma del interlocutor.

Echo de menos vivir un poco más de madrugada. El sabor a derrota del día de después de la victoria, que generalmente suele coincidir con el fin del tintineo de los hielos en el fondo de una copa vacía de balón. Aquellas mañanas en las que hasta tu propia cama te resulta un lugar ajeno, propio de la intoxicación. Echo de más, sin embargo, la dulce sensación del amargor de quedarse con la miel en los labios.

Echo de menos poder perder la compostura un poco más. Vivir la vida en verso, y encontrarle al mal tiempo buena cara. Hacer de todo esto poesía.

Crear, que no leer, literatura.  

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