De vez en cuando, cuando vienen
mal dadas y el día está nublado, cuando la única salida es una entrada que da
acceso a las puertas del infierno más inmediato y en la puerta del abismo ya no
espera -si quiera- la barra del bar más próximo, paro y respiro. Observo y
escribo. Retrato con palabras la cara de esta sensación que no se subordina
nunca sobria a la razón. Y entonces, me escapo corriendo de mí mismo y me miro
desde fuera con los ojos de la duda pasajera. Escalo una escalera que llega
hasta el cielo más azul -por encima de las nubes que embargan este día tan
nublado- y te espero allí sentado jugando al solitario con una baraja que hace
tiempo perdió el as de corazones. Contando los minutos que faltan hasta el
último viernes de febrero.
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