5 oct 2014

Un momento transcrito.



De vez en cuando, cuando vienen mal dadas y el día está nublado, cuando la única salida es una entrada que da acceso a las puertas del infierno más inmediato y en la puerta del abismo ya no espera -si quiera- la barra del bar más próximo, paro y respiro. Observo y escribo. Retrato con palabras la cara de esta sensación que no se subordina nunca sobria a la razón. Y entonces, me escapo corriendo de mí mismo y me miro desde fuera con los ojos de la duda pasajera. Escalo una escalera que llega hasta el cielo más azul -por encima de las nubes que embargan este día tan nublado- y te espero allí sentado jugando al solitario con una baraja que hace tiempo perdió el as de corazones. Contando los minutos que faltan hasta el último viernes de febrero.

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