Hay sonrisas cómplices y altruistas,
perennes sin motivo alguno. Y gestos. Y de repentes y lugares. Y canciones de
esas que no puedes dejar de escuchar. Y personas que aparecen sin querer, y
vienen para quedarse. Hay motivos para huir, y razones para no salir jamás
corriendo de aquí. Existen cruces de miradas, alternativas a lo establecido.
Cajas llenas de recuerdos. Y la ilusión de un porvenir.
Hay momentos en los que la tierra
continúa girando, y sin embargo el mundo se para. Instantes que desearías poder capturar y revivir
una y otra vez. Olores que desearías poder embotellar y recordar en algunas
ocasiones. Existen sensaciones que desearías vivir eternamente, pero que se
agotan de forma inevitable por el mero hecho de ser vividas; que habitan para
siempre en un recóndito lugar de la memoria cuya llave se halla en paradero
desconocido. Y definitivo en la mayoría de los casos.
Hay días que desearías que no
acabasen jamás. Veinticuatro horas que se resisten a ser olvidadas con
facilidad. Minutos que persisten en la memoria de forma voluntaria y
consciente, que aparecen en tu vida con la maleta, porque vienen para quedarse
una temporada. Existen segundos imborrables y tensos que no miden el tiempo,
sino la distancia que media entre dos cuerpos.
Existen por tanto los segundos
infinitos. Los que miden la distancia entre dos cuerpos que, a partir de un determinado momento, ya no se
juntarán jamás.
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