Pierde quien espera sin
respuesta, en la puerta de una embajada cualquiera, un salvoconducto que
conduzca hasta tu boca. Quien decide no arriesgarse a intentar lo que a priori
parece imposible por el miedo a fracasar. Aquel que se niega a vivir algo por
temor al vacío de después. Pierde quien no sabe lo que tiene y lo deja escapar
como si nada. Quien no sonríe un lunes sin motivo. Aquel que duda de si mismo
por el miedo al qué dirán.
Pierde de antemano aquel que
tiene miedo a caer derrotado sin mostrar si quiera oposición. Quien se rinde
cuando aún le quedan fuerzas, sólo porque llega tarde a una cita con la vida.
Aquel que rehúye sus obligaciones de forma mezquina y mentirosa. Pierde quien
no otorga nunca a los demás el beneficio de la duda. Quien mira por encima del
hombro al resto, y pierde más aún quien cree tener motivo para ello.
Pierde quien olvida antes de
tiempo por orgullo. Quien no dice lo que siente a esa persona por temor a que
no exista reciprocidad de sentimientos. Aquel que niega una oportunidad después
de un tiempo, porque cree que nunca cambiaremos. Pierde quien se conforma, quien
no lucha por lo que desea. Quien no es capaz de sobreponerse al primer no. Aquel
que abandona, con o sin razón, porque cree que no hay remedio que lo arregle.
Pero sobre todo, pierde aquel que
nunca acaba de empezar, simplemente porque tiene pavor a los finales.
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