3 dic 2013

Nosotros somos los que permanecemos.



Apenas debía pasar un cuarto de hora de las tres de la tarde de aquel primer domingo de marzo cuando en la estación de tren de Sants me despedí de una de esas personas que el azar pone a veces en nuestras vidas. De un Amigo con mayúsculas. Pero no uno cualquiera, sino uno de esos a los que si llamas para confesarle un crimen te responde que dónde enterráis el cadáver.

Estábamos allí, al borde de la puerta que me permitía el acceso al andén del AVE que me llevaba de vuelta a casa, cuando tras darme un abrazo me dijo:

- Tío, mucha suerte con ella.
- Ella podrá ir o venir, pero nosotros somos los que permanecemos – le respondí yo.

El caso es que sin haber inventado nada nuevo, y sin ser consciente en aquel momento de la trascendencia de lo dicho, aquella frase tan inocente en apariencia, ese “nosotros somos los que permanecemos” caló hondo; hasta tal punto que terminamos por convertirla en una máxima que aplicamos de forma incondicional.

Os preguntaréis a santo de qué viene todo esto. Pues bien, viene a que el tiempo (que suele ser buen juez, siempre que no le toca ser parte) terminó por darme –muy a mi pesar- la razón: ella decidió irse. Hoy, 3 de diciembre, hace 9 meses que aquella despedida tan cinematográfica tuvo lugar. Y efectivamente, nosotros somos los que permanecemos.

En este tiempo, que ha durado lo que dura un embarazo, hemos vivido mil y una peripecias, buenos y malos momentos, mejores y peores noches; pero todo ello bajo un denominador común: nosotros seguíamos aquí. Aquellos que nos despedíamos en la estación de Sants, hemos permanecido. Porque la amistad es así.

Hay personas en la vida que van y vienen, que vuelven y se van. Hay algunas que, como las estrellas fugaces, brillan lo que dura un parpadeo; y aun así tienen tiempo de imprimir una huella imborrable. Y luego están los amigos de verdad, que sobreviven a todas las anteriores. Que, pase lo que pase con esas otras, permanecen.

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