4 ago 2019

Prefiero.


Prefiero vivir rodeado de asesinos en serie que saludan alegres en el portal, a compartir edificio con maleducados santurrones que pasan de largo al cruzarse en el pasillo. Prefiero haber vivido una temporada de alquiler en el infierno, acabar desahuciado por impago de dudas y saber a qué huele el azufre de la desidia. Prefiero eso a pasar largas temporadas en un todo incluido de un cielo anodino que ignora la existencia del dolor. Prefiero saber lo que duele una puñalada, tener el alma remendada, llena de cicatrices. Prefiero tener esos tatuajes vitales a ser una superficie inmaculada, un espejo pristino, carente de arañazos, que refleja la realidad pero en el fondo es incapaz de experimentarla. De sentir. Prefiero a la gente valiente, la que hace las maletas sin pensarlo demasiado y se lanza a la aventura. Aunque dé miedo. Arriesgar nunca sale mal. Prefiero saber a qué sabe estrellarse contra un muro, conocer el amargo sinsabor del desamparo, a escribir mi vida con renglones rectos y tinta barata. Prefiero aceptar un papel protagonista sin haber subido nunca a un escenario a ser un mero espectador en una obra de teatro, un tipo que no entiende, que no escucha, que no tiene la capacidad de emocionarse. Prefiero luchar por algo en lo que creo aunque la probabilidad de éxito tienda a cero, tener la determinación de remar contracorriente pese a intuir que no voy a llegar a donde quiero. Prefiero tener la conciencia tranquila, saber que he hecho todo lo que podía incluso si sabía de antemano que nada iba a ninguna parte. Pero sobre todo, prefiero pasarme de correcto que de descortés, aunque eso suponga volverme a casa sin beso. Por mucho que aquella noche entre copas me apeteciera demostrarte que la espera había merecido la pena; que ser paciente siempre tiene premio. Hasta cuando perdemos.

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