Prefiero vivir rodeado de asesinos en serie que saludan
alegres en el portal, a compartir edificio con maleducados santurrones que
pasan de largo al cruzarse en el pasillo. Prefiero haber vivido una temporada
de alquiler en el infierno, acabar desahuciado por impago de dudas y saber a qué
huele el azufre de la desidia. Prefiero eso a pasar largas temporadas en un
todo incluido de un cielo anodino que ignora la existencia del dolor. Prefiero
saber lo que duele una puñalada, tener el alma remendada, llena de cicatrices.
Prefiero tener esos tatuajes vitales a ser una superficie inmaculada, un espejo
pristino, carente de arañazos, que refleja la realidad pero en el fondo es
incapaz de experimentarla. De sentir. Prefiero a la gente valiente, la que hace
las maletas sin pensarlo demasiado y se lanza a la aventura. Aunque dé miedo.
Arriesgar nunca sale mal. Prefiero saber a qué sabe estrellarse contra un muro,
conocer el amargo sinsabor del desamparo, a escribir mi vida con renglones
rectos y tinta barata. Prefiero aceptar un papel protagonista sin haber subido
nunca a un escenario a ser un mero espectador en una obra de teatro, un tipo
que no entiende, que no escucha, que no tiene la capacidad de emocionarse.
Prefiero luchar por algo en lo que creo aunque la probabilidad de éxito tienda
a cero, tener la determinación de remar contracorriente pese a intuir que no
voy a llegar a donde quiero. Prefiero tener la conciencia tranquila, saber que
he hecho todo lo que podía incluso si sabía de antemano que nada iba a ninguna
parte. Pero sobre todo, prefiero pasarme de correcto que de descortés, aunque eso
suponga volverme a casa sin beso. Por mucho que aquella noche entre copas me
apeteciera demostrarte que la espera había merecido la pena; que ser paciente
siempre tiene premio. Hasta cuando perdemos.
Brutal
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