6 jun 2019

Érase una vez no en América.


Hay una escena en la película. Ambos son adolescentes. Él, se esconde en el baño y tras un hueco en la pared la observa bailar, absorto, tratando de no ser visto pero consciente de estar siéndolo. Ella, que se sabe observada, se deja querer y mirar. Sonríe radiante. Baila para él como si fueran las dos únicas personas en el mundo; porque en ese instante lo son. Al poco tiempo, por circunstancias de la vida, él desaparece. Pasan los años en Brooklyn y ya es otra escena. Cuando él vuelve, ella, que nunca estuvo, de alguna forma sigue estando sin estar. Un reencuentro y tres palabras. Y sólo es entonces cuando, tras decidir que ya nunca más estará y sin que el otro aún lo sepa, decide salir a cenar con él. “Been waiting long?”, pregunta Deborah. “All my life”, responde Noodles.

Todo esto para decir que la vida a veces es como en las películas, que un día de repente te da por coincidir después de muchos años en un lugar intermedio sin ninguna expectativa. Que si vámonos. Que si no te creo. Que si esta vez sí, que es la buena, te lo prometo. Y cuando te quieres dar cuenta ya tienes billetes de tren. Y sales a cenar y entre copas confiesas lo mucho que, como Noodles, llevabas esperando ese momento. Y te ríes, y piensas secretamente en Sergio Leone, y por un instante tienes la sensación de estar siendo parte de un atrezo. Y por fin descorchas esa botella de vino que hacía siglos querías beber con ella. Y te miras en una suerte de espejo que ríe tanto como tú, y piensas que la espera ha merecido la pena. Y cuando crees que no puedes ser más feliz esa noche, te pierdes y acabas en el sitio menos típico de toda la ciudad: una mezcalería. Y sigues calle arriba y abajo, porque te orientas de pena, de acá para allá en una ciudad que esa noche desborda alegría. Como vosotros.

El finde se acaba y ya en el tren te das cuenta de que después de mucho tiempo eres tú otra vez; o la mejor versión de ti mismo. Y entonces piensas en cómo, casi sin esperarlo, te has visto de nuevo reflejado en ese tipo que quieres ser, ese que has estado años cultivando y sólo aparece en la compañía adecuada. Ese que tanto has echado de menos en los últimos tiempos. Y por fin comprendes qué era exactamente eso que buscabas en los demás, cuál era la incógnita que llevabas tratando de hallar desde hace meses. Y al final te das cuenta de que la clave, en realidad, no está tanto en el brillo de los ojos ajenos, que también, sino en que al mirarlos lo único que puedas pensar sea: “Tú haces que quiera ser mejor persona”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario