Te miro discreta, Madrid, como quien te quiere despacio.
Lejana y absurda, envuelta en interrogantes, disfrazada de madrugadas eternas y
vacías; vistiéndote deprisa. Abandonada a la suerte de algún postor que mejore
tu apuesta, que te llene de vida efímera e inmortal. Te miro, Madrid, y me
entran ganas de robar pasos de cebra en tu Gran Vía, de sacudir tu M40 de esa
atmósfera de polvo. Incorruptible y maldita, esta noche te estoy soñando,
Madrid, más mía que antaño, y más cerca que ayer.
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