1 oct 2015

El Derecho 9 años después.



Lo nuestro fue una de tantas casualidades que tiene la vida. No recuerdo exactamente a partir de qué momento, pero bastante antes de saber lo que era una demanda, tuve claro que quería estudiar Derecho. La primera vez que, ya como estudiante, subí las escaleras de piedra de la uni –que era como todo el mundo llamaba a María Cristina- fue un 2 de octubre de 2006. Hacía dos semanas que acababa de suspender por segunda vez el práctico del carnet de conducir, y faltaban cuatro días para que por fin aprobara el dichoso examen. 

Empecé la carrera a lo grande, o sea, suspendiendo Derecho Constitucional en febrero, y llevándome Derecho Romano para septiembre. En segundo no recuerdo pisar mucho la clase, y aun así salí con vida de aquella encrucijada para llegar a tercero con nada en la mochila. De aquel curso recuerdo con mucho cariño a la Hacienda Pública, que se vino conmigo a cuarto. Allí, como un duelo al alba, cayeron siete asignaturas, siete, como siete soles que me llevé por delante en junio con media de ocho y medio. Y quinto, que me hizo pensar qué habría sido de mi expediente si me hubiera tomado la carrera tan en serio como entonces. 

Más tarde vendría el máster, que fue duro y divertido a partes iguales. Formativo, en cualquier caso, y un tanto estresante algunas veces. Ahí ya apunté maneras. Unas prácticas, y más tarde un trabajo. Estaba sin duda en el lugar en el que siempre había querido estar, currando en un despacho en el corazón de Madrid, y ejerciendo la profesión para la que me había estado formando los últimos seis años de mi vida. Aquello no era ni más ni menos que la consecución de una meta perseguida desde siempre. Lo tenía todo, pero me faltaba algo. Así que lo dejé.

Después de eso vino la nube negra. Un año más bien perdido, por momentos deprimido. Entonces apareció Alabama, que me dio la oportunidad de salir fuera para coger aire y tomar perspectiva, para estudiar literatura y, lo más importante, leer El Quijote. Para alcanzar una meta vital: ser profesor universitario. En Alabama no sólo he vivido el sueño americano, sino que por primera vez he sido una persona casi independiente. Aquí he crecido, y poco a poco he aprendido a domesticar mis instintos. He ampliado horizontes y fronteras, y he tenido tiempo para echar de menos cosas, sensaciones, y personas.

Llegado a este punto, lo cierto es que no tengo muy claro si realmente me gusta la toga o no, pero tengo claro que me gusta el Derecho. Por momentos añoro el rigor y la exactitud de las palabras, la presión de los plazos propios, la necesidad de pensar una estrategia, y hasta hacerme el nudo de la corbata por las mañanas. La realidad es que no creo que lo mío sea el ejercicio del Derecho, pero no todo en lo jurídico es ser demandante o demandado. El caso es que mañana hace 9 años que empecé a estudiar Derecho, y se me ocurre que aunque no sea con una toga, quizás haya llegado la hora de volver a intentarlo.



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