Nos conocimos en
2011. Nosotros huíamos de una experiencia algo traumática que nos hizo vivir
algunos meses en una calle con nombre de pintor. La vida, por avatares que
ocurren, nos había enseñado las garras con casi toda su fiereza; y sin embargo –con
embargo-, nosotros habíamos decidido seguir juntos allá donde la corriente nos
llevara. Al fin y al cabo, siempre defendimos que lo verdaderamente importante
de una casa no eran tantos sus paredes sino quienes las habitábamos.
Una cocina. Un
salón. Un garaje. Tres habitaciones. Dos baños. Un aseo. Y una buhardilla que
nos vio crecer. Pareada. Con un jardín que nunca llegó a serlo. Con la eterna
habitación que nunca llegamos a construir. Fuiste un oasis en mitad del
desierto que vivíamos. Una tregua en la guerra vital a la que nos había tocado
hacer frente. Trajiste estabilidad a unos locos presos del tembleque de la
vida, paz a unos soldados improvisados.
Entre tus muros hemos
vivido de todo. Desde Gabri haciendo la mopa por el salón con el gol de Ramos
en el 92:48, hasta la angustia de ver cómo uno de nosotros sufría un infarto
cerebral que por poco acaba no con él, sino con los cuatro que vivíamos allí.
En esa vivienda, que no sé por qué a estas alturas siento que de todas las que
habité ha sido la más “mi casa”, he vivido los mejores ratos que recuerdo. Allí
me desperté por primera vez la mañana en que supe que ya por fin era abogado.
Allí, en el último piso, mi buhardilla, -que aún no sé muy bien cómo acabó
siendo mi cuarto-, siento que empecé a convertirme en la persona que soy hoy. Allí,
entre esas paredes en las que tantas veces me di con la cabeza al olvidar la
altura de tus techos, siento que comenzamos a forjar lo que ahora somos.
El caso es que no
pensaba escribir sobre ti, Jaime Marquet número seis. Pero hoy es la primera
noche que, aunque yo ya no estoy allí, quienes durante años te hemos habitado,
dormirán por fin en otra casa. Los que durante todo este tiempo te hicimos
parte de nuestro desastre colectivo, te maltratamos y te maldecimos sin valorar
lo que realmente eras, por fin hemos tomado la determinación de abandonarte a
tu suerte. De dejarte en manos de otros que vendrán a habitarte sin conocer ni
uno solo de cuantos recuerdos nosotros forjamos entre tus paredes.
Otras casas
vendrán, sin duda. Algunas quizás más lujosas o mejor situadas. Más limpias o
con más habitaciones. Menos grandes o con menos escaleras. La cuestión es que
ninguna serás tú otra vez. Ninguna a la que, quizás por la melancolía de estar
lejos y echar de menos a quienes te habitaban, vaya a hacer que me pare frente
a un teclado para decirle al mundo lo inmensamente feliz que fui dentro de
ella. Lo mucho que a partir de ahora añoraré despertar en mi buhardilla en el
lado izquierdo de mi cama mientras me siento el tipo más afortunado de la
tierra.
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