Ayer otra vez, esa hija de puta
con guadaña, vino a ajustar cuentas y se equivocó de portal; se llevó a quien
no debía en el momento inadecuado. Como si de un rayo helado se tratara, y con
una alevosía desmedida, vino silenciosa e inesperada a raptar ese aliento que
nunca debió de ser el último; a inducirle el sueño eterno a quien no lo
merecía.
Y yo, que ya poco puedo hacer,
sólo tengo palabras para tratar de calmar un dolor que, sin ser propio, en
cierto modo siento como mío.
Descanse en paz tu madre, Amigo.
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