11 oct 2013

Sobre viajes medicinales y redenciones personales.



Siempre que la vida me decepciona tengo por costumbre comprar un billete, a veces de avión, a veces de tren, que me lleve, tras un período de espera no demasiado largo, a algún lugar en el que redimir ese sentimiento. De alguna manera, es mi forma de renacer, de demostrarme a mí mismo que, por mucho que a veces las cosas no salgan como uno espera, con tiempo –y paciencia- acaban devolviéndole a uno la sonrisa.

Pese a que no recuerdo con exactitud algunas fechas (las más lejanas), recuerdo perfectamente no sólo cuál fue el destino de mis viajes, sino cuáles fueron los desencadenantes que motivaron los mismos. Como es lógico, éstos tienen nombre y apellidos que obviaré no por olvido, sino por discreción.

Así, una mala experiencia personal me llevó a Oslo en el verano de 2009, lugar en el que pasé 5 días y que supuso un punto de inflexión para convertirme en la persona que a día de hoy he llegado a ser.  Allí me reencontré con mi mejor pasado, y tomé el impulso suficiente como para seguir avanzando.

Y la vida, cómo no, siguió como lo había hecho hasta entonces. Sin importarle si las heridas estaban o no cerradas.

Un poco más adelante, en febrero de este año, decidí que era el momento de dar un giro de 180 grados a mi vida. Aquello evidentemente desencadenó en una especie de efecto dominó que derribó todo lo que había, y derivó en un billete de AVE a Barcelona.

Allí pasé un fin de semana en compañía de buenos amigos y pronuncié una frase cuya vigencia he podido comprobar con posterioridad. “Nosotros somos los que permanecemos”,  le dije a uno de los miembros del Trío Calavera al tiempo que me despedía de él en la estación de Sants.

La huida de una de las causas que motivó aquel viaje en tren –en conjunción con otra serie de circunstancias-, derivó en que allá por julio de este año decidiera junto con el tercer miembro del Trío Calavera poner rumbo a un lugar si cabe más lejano: Estados Unidos. Así, pensé que entre Nueva York y Tuscaloosa podría redimirme de aquel mal trago al tiempo que cumplía uno de mis sueños: cruzar el charco.

El tiempo ha pasado, y hoy faltan 4 días para que este último viaje arranque. El martes 15 volaremos a las 12:30 de la mañana con destino a Philadelphia como paso previo a aterrizar en Nueva York. Allí permaneceremos hasta el día 19 que tomaremos un vuelo a Atlanta, lugar desde el que volaremos a Birmingham, Alabama. El día 5 de noviembre volaremos de vuelta a Madrid.

Así pues, redenciones personales a parte, os invito a que a través del blog (donde actualizaré con mayor periodicidad) me acompañéis en mi particular vivencia del sueño americano.

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