La canción muchas veces no es la propia canción, sino el
preciso instante en el que suena de repente y se te cuela en la memoria como un
puñal silencioso y letal. Te deja sin respiración, como un golpe seco e
inesperado que te tira a la lona mientras respiras noqueado. Perdido entre una montaña
de nostalgias.
Porque las canciones muchas veces no son más que eso:
nostalgias. Y las nostalgias generan sentimientos.
En ocasiones perturban. Porque tienen esa capacidad. Y
generan estados de ánimo. Porque son capaces de influir hasta en eso. Porque
hay canciones –y discos- que son incompatibles con la felicidad. Porque cuatro
acordes seguidos pueden causar el mismo fenómeno que se produce cuando abres a
la mitad una cebolla (es un símil, pero también estoy pensando en una
metáfora).
Muchas veces no es la canción, ni lo que dice. No es la
melodía, ni el timbre de voz del cantante, sino lo que te hace sentir al
escucharla. Los recuerdos que te trae. La persona a la que se asocia ese sonido.
Aquel momento exacto en el que, entre gintónic y gintónic, empezó a sonar
mientras estabas encaramado a la barra tratando de ligar con la camarera. O ese
otro en el que, sin darte cuenta, cavabas una zanja imaginaria entre nosotros al
ritmo de la música. Para no volver a vernos más. O sí. Quién sabe.
Como el Delorean del Doctor Emmett Brown en Regreso al
Futuro, las canciones tienen la capacidad de hacernos viajar en el tiempo. Llevarnos
de vuelta a ese primer beso en mitad de una calle con nombre de ciudad
ciudadrealeña. O al último, en el que sonaba Julio Iglesias con “la vida sigue
igual”, en una calle con nombre de arquitecto pretérito.
Unas veces, con suerte, nos retrotraen a momentos
inolvidables cuya única nostalgia consiste en añorar que se repitan lo antes
posible. Como el primer beso. Otras, algo menos afortunadas, nos recuerdan aquella
página que de buena gana habríamos borrado de la historia. Como el último.
No quiero canciones que me produzcan indiferencia. Ni que me
generen sentimiento de mediocridad al escucharlas. Quiero canciones que me
alegren un lunes por la mañana o que me traigan tan buenos recuerdos que me
arruinen lo que queda de semana. A poder ser, prefiero las primeras, aunque no
sea lunes; aunque ya se haya puesto el sol. Pero no renuncio a la sensación de
vulnerabilidad que genera un reencuentro musical inesperado.
Y en el párrafo anterior, quien dice canciones, dice
personas. Y quien dice musical, dice personal.
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