19 sept 2013

Algunas canciones y otros monstruos.



La canción muchas veces no es la propia canción, sino el preciso instante en el que suena de repente y se te cuela en la memoria como un puñal silencioso y letal. Te deja sin respiración, como un golpe seco e inesperado que te tira a la lona mientras respiras noqueado. Perdido entre una montaña de nostalgias.

Porque las canciones muchas veces no son más que eso: nostalgias. Y las nostalgias generan sentimientos.

En ocasiones perturban. Porque tienen esa capacidad. Y generan estados de ánimo. Porque son capaces de influir hasta en eso. Porque hay canciones –y discos- que son incompatibles con la felicidad. Porque cuatro acordes seguidos pueden causar el mismo fenómeno que se produce cuando abres a la mitad una cebolla (es un símil, pero también estoy pensando en una metáfora).

Muchas veces no es la canción, ni lo que dice. No es la melodía, ni el timbre de voz del cantante, sino lo que te hace sentir al escucharla. Los recuerdos que te trae. La persona a la que se asocia ese sonido. Aquel momento exacto en el que, entre gintónic y gintónic, empezó a sonar mientras estabas encaramado a la barra tratando de ligar con la camarera. O ese otro en el que, sin darte cuenta, cavabas una zanja imaginaria entre nosotros al ritmo de la música. Para no volver a vernos más. O sí. Quién sabe.

Como el Delorean del Doctor Emmett Brown en Regreso al Futuro, las canciones tienen la capacidad de hacernos viajar en el tiempo. Llevarnos de vuelta a ese primer beso en mitad de una calle con nombre de ciudad ciudadrealeña. O al último, en el que sonaba Julio Iglesias con “la vida sigue igual”, en una calle con nombre de arquitecto pretérito.

Unas veces, con suerte, nos retrotraen a momentos inolvidables cuya única nostalgia consiste en añorar que se repitan lo antes posible. Como el primer beso. Otras, algo menos afortunadas, nos recuerdan aquella página que de buena gana habríamos borrado de la historia. Como el último.

No quiero canciones que me produzcan indiferencia. Ni que me generen sentimiento de mediocridad al escucharlas. Quiero canciones que me alegren un lunes por la mañana o que me traigan tan buenos recuerdos que me arruinen lo que queda de semana. A poder ser, prefiero las primeras, aunque no sea lunes; aunque ya se haya puesto el sol. Pero no renuncio a la sensación de vulnerabilidad que genera un reencuentro musical inesperado.

Y en el párrafo anterior, quien dice canciones, dice personas. Y quien dice musical, dice personal.

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