23 dic 2020

121 Acklen Park dr.

En toda mudanza hay algo de fin del mundo, de época que se acaba. O que empieza. Se hacen cajas con la esperanza de meter todo en ellas, olvidando que las posesiones más valiosas a menudo son recuerdos y que los recuerdos son siempre ligeros. Uno trata de atrapar al vuelo el tiempo, exprimir si acaso una vez más la memoria de las horas transcurridas. Como si eso fuera posible. Mañana te vas y pasado te olvidas que no hace tanto te calentabas con su risa. Y cuando te quieres dar cuenta todas esas noches ya no existen. No queda nada de esos bailes juntos vaciando el fregaplatos, ni de las visitas a hurtadillas que siempre acababan bien. Dejas una casa y te vas a otra, y por el camino se te van perdiendo cosas entre la neblina del traslado. Te vas y algo de ti resiste impregnado en un espacio que otros llenarán, que harán suyo eliminando cualquier rastro de todos esos momentos memorables. Te irás y un ejército de pequeñas posesiones conquistará estos muros rendidos, haciendo olvidar que de ellos colgaron en su día cuadros de los Beatles, fotos de Guille, recuerdos de viajes y una parte de ti. Y tú, ya bajo otro techo, tal vez un viernes por la noche que te pille con la guardia baja mires hacia atrás y recuerdes cómo los tres últimos años, atrapado entre obras y resucitando dos o tres veces por semana, fueron los más felices de tu vida. 

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