Hace 4 meses, escribí el siguiente texto para el Premio Orola. Y he creído oportuno compartirlo hoy.
"Cuando allá por agosto eche el cierre a mi maleta, y me embarque en ese avión que me lleva a un exilio voluntario, en contra de lo esperado, empezaré a extrañar este complejo soleado de extrañezas y extremismos, que es la España en la que habito de los pies a la cabeza.
Cuando la noche de antes de partir se me haga un nudo en la garganta mientras guardo fotos y recuerdos, cuando el tren de aterrizaje toque el suelo de un país que no es el mío, comenzaré a echar de menos este lugar, taninhabitable a veces, como difícilmente sustituible.
El primer día que, ya fuera de España, encienda una radio y no entienda del todo lo que dicen, la primera vez que al abrir un diario no encuentre una columna de mi autor de cabecera, o el momento en el que por fin sea consciente de que no estoy bajo el techo de mi casa, será entonces cuando empiece a valorar –o no- lo que dejo en el camino.
Sin embargo, y hasta que ese día llegue, por si acaso seguiré mirando de reojo cuando cruzo por la calle, y entrando al bar de siempre sin tener que decirle al camarero lo que quiero. Seguiré madrugando los domingos para mojar en chocolate mis lisonjeras dudas acerca de esto –o de aquello-, y renegando cada día de mi inevitable condición de ciudadano al leer los titulares.
Hasta ese momento de la huida, si nada lo remedia antes, seguiré creyendo que, a pesar de no ser el mejor sitio del mundo, el día que me vaya de España, a mi manera la empezaré a echar de menos."
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