Cuéntame, tú que no lo sabes pero
puedes intuirlo, cuál es el valor absoluto de los besos que no damos, de las
sonrisas impostadas y de las voces que callan todo aquello que jamás decimos
con palabras. Cuánto valen todas las miradas ausentes y a qué precio se venden los
cantos de las sirenas que abordan barcos sin rumbo en el mar de tus dudas
lisonjeras.
Dime, cuánto cuesta secuestrar tu
sombra durante el tiempo que tarda en enfriarse este café que nunca bebo, o cuánto
tardan en borrarse las palabras que escribimos con tinta indeleble. Cuánto
valen los recuerdos a tu lado si la base imponible es de un valor incalculable,
y qué impuesto me grava el pensamiento de no verte cada día despertar en el
lado izquierdo de mi cama. A cuánto asciende la factura de todos los minutos
que me permito a mí mismo echar de menos tu pelo enmarañado las mañanas de
domingo.
Calcula con precisión, si es que
puedes, si me sale a cuenta contar contigo entre mis números vitales. Envíame
un estudio de viabilidad que diga hacia dónde tienden tus palabras cuando esta
indeterminación tan nuestra ya no tiende jamás juntos hacia el infinito más
próximo. A qué valor cotiza el sentimiento en el mercado secundario de los
abrazos que ya nunca más daremos, o quién dirigirá el organismo regulador que
regule tu ausencia de ahora en adelante. Cuéntame, qué hago yo con todo el
excedente de este amor que tenía guardado para ti.
Hazlo, o si no al menos dime a
cuánto queda la estrella más distante de nosotros y déjame que encuentre una
manera de exiliarnos en ella los domingos impares de febrero por la tarde, y
los sábados alternos y completos de septiembre.
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