8 feb 2021

Somos cómplices.

El tonto (o la tonta) de turno ha parido un exabrupto. Pasa cada día. Y cada día vamos todos en manada a decirle lo tonto (o tonta) que es. Había dos opciones: dejar pasar la bala y verla rodar virtualmente como un estepicursor en medio del Death Valley, o enfundarnos el antifaz de justicieros cibernéticos y tirar de retranca (en el mejor de los casos) para señalarle sus miserias. Y claro, como somos de gatillo fácil, elegimos la segunda. Vamos a poner en evidencia a este capullo (o esta capulla, Dios me libre de no hacer distingo) que se lo ha ganado a pulso, nos decimos mientras blandimos el diccionario como si fuésemos antidisturbios. ¿Cómo me voy a quedar yo callado ante tamaña idiotez, Señor? ¿Cómo resistirme a decirle algo que, por otra parte, jamás le diría si en lugar de haber una pantalla de por medio lo (o la) tuviese sentado (o sentada) detrás de mí en la barra de un bar? Pues así con todo. Un día tras otro pisamos el mismo charco, como Bill Murray en Atrapado en el tiempo, sin caer en la cuenta de que en el fondo somos cómplices. No de la chorrada, que pertenece a su legítimo propietario (o legítima propietaria), sino de dar pábulo a un (o una) idiota. De alimentar el ego de un (o una) torpe. De crear un becerro (o becerra) de oro. O de golfi, tampoco vamos a pasarnos, que esto es Twitter. 

Venga, vamos a darle una lección a este cretino (o cretina) que escribe con pseudónimo y sólo Dios sabe quién es. Igual un quinceañero (o quinceañera) pajillero (o pajillera) que un (o una) viejales trasnochado (o trasnochada). Y allí que vamos, cargados con el rastrillo de tres dientes y las antorchas, a pecho descubierto, a linchar al (o la) pedales de turno. Erigidos en marabunta, armados con nuestras palabras más dañinas, a dar cera por doquier. Sin recalar, la mayoría de las veces, en que responder a un idiota es, en el fondo, una forma de legitimar su opinión. Y olvidando que ofender es un privilegio que en las redes sociales, a menudo, se otorga de manera demasiado liviana. Y no debería ser así. Debería ser justo lo contrario: que nos resbale todo aquello que no sea expresado por alguien a quien tengamos en consideración. 

Un día deberíamos hacer la prueba: veinticuatro horas sin responder a quien anda falto de atención. Íbamos a ver lo poco que se esparcía la boñiga palabrera y lo rápido que se le acababa la tontería al tonto. O a la tonta.

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