6 may 2020

Historias de la radio.

Yo nací en los últimos estertores de una época en la que todavía había fútbol los domingos a las cinco. Entonces, si tu equipo no jugaba el sábado por la noche en la autonómica o el domingo a las siete y media en el Plus, no lo veías. Era sencillo: o lo echaban en la tele, o ibas al estadio, o te esperabas a ver los goles en el telediario o el resumen largo de por la noche. No había otra. Recuerdo tardes enteras, con los deberes no siempre hechos, viendo a Javier Reyero en Fútbol es fútbol, y envidiando a aquellos que, eternamente ataviados de forma ridícula, iban a la grada de los fans y podían ver los partidos del Madrid.

De aquellos años me acuerdo también de las narraciones de José María del Toro en Telemadrid, y de la Champions, que aún respetaba el sacrosanto horario de las nueve menos cuarto. Por aquel entonces, la Liga de Campeones era otra cosa, pues la daba Televisión Española y la narraban las dos voces más monótonas de la Historia: José Ángel de la Casa y Míchel, que comentaban los partidos con un tono casi onírico; tanto que en ciertos círculos de animalistas se cuenta que las ovejas aún hoy se ponen sus narraciones para poder conciliar el sueño.

En este contexto, la mayor parte de las veces ciego, la radio era los ojos de muchos que, como yo, imaginábamos los partidos a través de las voces del Carrusel. Es difícil olvidar aquel pitido inconfundible del gol, que uno siempre escuchaba con la esperanza de que fuera del Madrid. O el “¡Hola hola!” de Pepe Domingo Castaño. O aquellos versos finales, siempre a las diez y media del domingo, en los que resumía el fin de semana al compás del ‘What a Wonderful World’ de Louis Armstrong. Si mi infancia sonara, probablemente lo haría con la sintonía del programa.

La radio, sin embargo, era para mí algo más que eso. Era bajar a Madrid desde San Lorenzo escuchando la previa, o regresar de vuelta a casa escuchando las reacciones. Era estar en casa, mientras esperaba a que empezase el partido, tratando de enterarme de cómo iba la jornada. Era un gol de Mikel Lasa que no recuerdo si quiera haber visto, pero que se me quedó grabado para siempre en la memoria porque es uno de los pocos recuerdos que guardo de mi primo Álvaro, que vino al salón pegado al transistor para decirnos que el Madrid había marcado.

Con el tiempo el mundo cambió. El fútbol empezó a ser retransmitido por la tele, aunque fuese de pago, y la radio, aunque todavía presente, fue poco a poco quedando en un segundo plano para aquel yo de doce o trece años que escuchaba el En tu casa o en la mía a escondidas en la cama y siempre hasta las diez y media, que era la hora a la que no me parecía descabellado dormirme si al día siguiente había colegio. Con los años, el Messenger y algunos libros fueron sustituyendo el lugar que ocupaba el Hablar por hablar en la vida de aquel tipo con insomnio veraniego, y finalmente mi huida a Estados Unidos y Netflix terminaron por rellenar el hueco que tenía reservado la canción aquella de Benito Moreno que daba sintonía a El Larguero, programa al que acudía siempre y cuando el Madrid hubiera ganado—porque cuando el Madrid gana los días deberían ser eternos.

Estos meses de semi-confinamiento la radio ha vuelto a mi vida con fuerza. Paseo cada día escuchando a Carlos Alsina en diferido, carcajeándome a veces por medio de la calle con alguna barrabasada de David de Jorge mientras la gente me mira como a un loco, sin saber que en realidad lo que me pasa es que me siento en casa por un instante. Y a cada rato, ese sonido tantos años olvidado, me hace viajar en el tiempo hasta una remota mañana veraniega en el salón de la casa de mis abuelos, en Benidorm, donde Florencio escuchaba cada día Protagonistas, de Luis del Olmo. Me transporta a aquellas otras mañanas, por suerte aún no tan lejanas, del último verano que compartimos juntos, cuando mi abuelo Paco y yo íbamos a la compra con Radio Marca de fondo.

Decía L.P. Hartley en The Go Between que el pasado es un país extranjero (“The past is a foreign country”), y puede ser que tuviera razón. Sin embargo, en mi caso, últimamente ese pasado es la radio, y ese país extranjero del que habla, es siempre un recuerdo feliz. Un viaje a un tiempo pretérito que, si se me permite, esta vez sí era mejor.

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