17 sept 2018

De butacas y batutas.

Hace un par de noches me volví a sentar en una de esas butacas rojas desde las cuales se puede ver a un señor batuta en mano dirigiendo una pléyade de músicos. Llegué allí, tomé asiento y esperé a que el concertino afinase la orquesta. Tras ello, salió el director y dio una explicación acerca de la primera sinfonía de John Corigliano: el porqué de la pieza, el significado de sus movimientos y la extravagancia de sus tiempos. Después se puso en su sitio, se cuadró como de costumbre y aquello empezó a sonar. De repente, todo lo que había dicho con anterioridad cobraba sentido: el recuerdo lejano de un piano en el primer movimiento, la presencia de la tarantela y la descripción de la locura humana en el segundo y la paz del tránsito a la muerte, representada por las olas en el cuarto. Aquello era magia, y yo no entendía cómo había podido pasar toda mi vida sin escuchar algo tan sencillamente estremecedor, que me hiciera sentir tan feliz y tan insignificante al mismo tiempo.

Y entonces pensé en lo muy infravalorada que está a veces la belleza, en la importancia de llenar de cuando en cuando el alma con algo que nos conmueva y nos deje el espíritu temblando. Caí en lo difícil que es expresar un sentimiento de una forma tan sumamente compleja y lo complicado que es transmitirlo y que se entienda. Pensé en la intimidad que se desvela en cada nota, en los matices que se pierden por no tener a mano la partitura original. En lo disparatado que es tratar de escuchar el mundo mientras haces oídos sordos.

Y de pronto recordé, claro, porque en el fondo uno está enfermo de nostalgia, todas aquellas veces que me he sentado en esas butacas esperando a que, de una vez por todas, se apagaran las luces del auditorio y el solo afinar de la orquesta—al igual que hace dos noches—me reconciliase de nuevo con la vida.

1 comentario:

  1. Hacía tiempo que no entraba a leerte y hoy me puse al día. Gracias por las palabras tan bonitas y siempre coherentes que escribes. No lo dejes nunca.

    Un saludo Miguel!

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