16 ago 2017

Que parezca un accidente.

El mayor acierto de la casualidad es precisamente ese carácter inocente que se le atribuye, esa aura desdeñosa que hace parecer que las cosas suceden fruto del azar; como si no hubiera un algoritmo esperando a la vuelta de la esquina que hace girar las agujas del reloj de los acontecimientos, como si no estuviese preestablecido que lo que tiene que suceder acaba sucediendo. En otras palabras, que si el éxito del diablo fue convencer a todos de que no existía, el de la casualidad ha sido justo lo contrario: hacer pensar a la humanidad que existe. Sólo así se explica que, de cuando en cuando, y a causa de ese impostado azar, la vida te lance una flecha recordándote de dónde vienes en el momento exacto en que estás empezando a dar pasos hacia el sitio donde vas.


Que 5 años después y sin venir a cuento alguno, te haga tropezar con una carpeta llena de jurisprudencia con un único y claro precedente: todo aquello que de ahora en adelante ya nunca serás. Y que lo haga, además, con tanto disimulo que acabe pareciendo un accidente. 

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