La pasada semana
asistí a un curso de verano de la Complutense en el que en un momento dado, una
de las asistentes preguntó a Antonio Lucas cuál era su opinión acerca de la
situación laboral de los jóvenes que tratan de comenzar a ejercer la profesión
del periodismo, y que generalmente se incorporan a los periódicos como
becarios. Éste vino a decir que hace tiempo que se abusa de esta figura, y que
efectivamente un becario podía aprender mucho, pero también tenía que comer; “no
veas el hambre que se pasa a las seis de la tarde”, creo recordar que dijo. Yo,
que lo he sufrido en mis carnes cuando trabajaba en el despacho, y que tengo la
perspectiva que me da el vivir en un país diferente, hace tiempo que quiero decir
algo al respecto del tema. Y aquí va.
Estoy cansado de
ver cómo algunas empresas abusan de becarios, pagándoles poco y haciéndoles
trabajar mucho, a cambio de una formación que en muchos casos jamás se llega a
dar. De ver a gente aguantar en un puesto trabajando mucho más de lo que
debería, simplemente porque la empresa para la que trabaja asume un mayor
volumen de trabajo que aquel para que está capacitada, sin contratar más personal.
Estoy cansado de
ver cómo algunas empresas contratan a becarios con ese nombre, y los utilizan
después para realizar las mismas funciones que realizan los demás trabajadores
de la misma. De ver cómo juegan con la esperanza de los pringaos –con perdón-
que contratan, invitándoles a partirse los cuernos ante la posible promesa de
una contratación que en muchos casos nunca llega.
Estoy cansado de
ver cómo algunas empresas imponen condiciones completamente abusivas a los
becarios que contratan, precisamente por el hecho de que si no cuela uno,
colará el siguiente. De abrasar a la gente trabajando horas y horas, sabiendo
que en el momento en el que se le agoten las fuerzas y las esperanzas,
aparecerá otro para hacer el mismo trabajo en las mismas circunstancias. Y
luego otro, y otro, y otro.
Estoy cansado de
ver a gente trabajar horas y horas por encima de lo estipulado en su contrato,
y que nadie se las pague porque “es la costumbre” en el sector. Y lo contrario,
me cansa ver gente calentando la silla cuando no tienen trabajo simplemente
porque está mal visto irse antes de una determinada hora.
Estoy cansado de
abusos. Y de falta de empatía por parte de quien contrata. De ver gente con
vocación renunciar al trabajo de su vida porque se han quemado gracias a la
política de la empresa en que trabajan. De que muchas empresas se aprovechen
deliberadamente de esta figura –y de la buena voluntad de estos pringaos- para
enriquecerse a costa de un sacrificio mal pagado.
Alguien debería
plantearse que quizás se está fomentando un sistema a la larga insostenible y
poner un poco de sentido común en todo esto. Eso, o dejar de rasgarse las
vestiduras cada vez que uno de estos becarios, que a veces tienen mucho
talento, cogen un avión para irse a trabajar a un lugar donde además de darles
esa enseñanza que necesitan, se les ofrecen unas condiciones de trabajo dignas.
Y ojo, que -con algunos matices- yo no estoy diciendo que la culpa sea sólo de una parte, al contrario. Tanta culpa tienen quienes explotan de forma deliberada, como aquellos que lo permiten.
Y ojo, que -con algunos matices- yo no estoy diciendo que la culpa sea sólo de una parte, al contrario. Tanta culpa tienen quienes explotan de forma deliberada, como aquellos que lo permiten.
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