El cielo tiene forma de piernas de mujer. De noche
estrellada. De puesta de sol en la cala más recóndita de una isla perdida en el
Mediterráneo. De cometa que vuela sin rumbo en mitad de un vendaval. De beso
robado a las 3 de la mañana. De billete de avión y reserva de hotel.
El cielo es una noche con amigos cerrando el bar de siempre
mientras la camarera nos sonríe. Es coger el coche sin rumbo, y perderte por
carreteras secundarias bien acompañado; sabiendo que tu copiloto no te guardará
rencor. Porque perderse es la excusa para pasar más tiempo juntos. Para no
separaros.
El cielo sabe a pizza cuatro quesos. A sushi. A Albariño. A
salsa rosa (de la mía, claro, con coñac y zumo de naranja). Sabe a tortilla de
patatas, con cebolla, claro. A pan de leña. A salmón marinado. A naranjas
recién exprimidas. Y a jamón ibérico. Sabe a sobremesa bien acompañado, con
buenos licores. Y humo. Porque una sobremesa es mejor con humo.
El cielo es una mujer risueña y con tacones. Y un “¿quedamos
mañana para tomar una copa?”. Es un instante en el que se para el tiempo. Un
aliento de vida a las 6 de la mañana mientras la dejas en la puerta de su casa.
O cogiendo un taxi en la Gran Vía. Es una mirada indiscreta mientras ladea la
cabeza para tocarse el pelo, coqueta.
El cielo huele a sal, y a mar. A jazmín en Sevilla, y a
pólvora en Valencia. A lo que huela su cuello esa noche, aunque tardes más de
dos horas en acercarte a comprobarlo. Huele a sarmiento, a barbacoa. Con
amigos, claro. Porque la vida es mejor con amigos. Y a sorbete de limón después
de una comida. Huele a libertad, pero no a una libertad cualquiera, sino a una
libertad bien interpretada. Carente de horarios.
El cielo es un cine de verano. Y un paseo por la arena,
aunque no te guste la arena. Es una canción inoportuna que suena en mitad de un
momento de desvelo. Una cerveza y un perrito caliente en La Virgen. Bien
acompañado, claro. Es la sensación de tu cara recién afeitada contra la
almohada después de un día largo. Una mañana dando bolazos sin rumbo con el
hierro 7. A liberar tensión. A lo que salga.
El cielo suena a guitarra española bien tocada. Al ruido de
los dedos rozando los trastes para cambiar de nota. A silencio cuando se
necesita silencio. A ruido cuando no soportas el silencio, porque te abruma.
Porque te mata. Porque necesitas ruido. Suena a una canción nueva que
desconocías y que escuchas hasta que aborreces preguntándote “¿cómo he podido
vivir tanto tiempo sin oírla?”.
El cielo es sentarte en la terraza con una copa a leer un
buen libro con ningún ruido más que el que producen las olas al romper en la
orilla. Es tener la sensación cuando te acuestas de que ha sido un buen día. Y
aun así, tener la esperanza de que mañana será mejor. Es un email de esos que
te acelera el corazón. Es ser capaz de hacer felices a los demás. Aunque esto
último no siempre sea fácil.
El cielo tiene forma, es, sabe, suena y huele a todo eso y
mucho más. Y donde digo cielo, podéis leer “lo que me gusta de la vida”.
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